Hay hombres que creen que ser padre es solo un título, no una responsabilidad. Que piensan que con aparecer de vez en cuando o con decir “es mi hijo” ya cumplieron. Pero ser padre es estar, cuidar, proteger y, sobre todo, responder. Y cuando eso no ocurre, el abandono también duele, aunque no deje marcas visibles.
Un mal padre no es solo el que se va, sino el que se desentiende. El que sabe que hay un hijo esperando y aun así decide mirar a otro lado. El que no pasa pensión, no pregunta si falta algo, no se preocupa si hay comida, estudios o salud. El que convierte su obligación en excusas y su ausencia en costumbre.
La pensión no es un favor, no es ayuda, no es caridad. Es un derecho del hijo. Cada moneda que no se da es una carga que otro tiene que asumir solo. Cada mes que pasa sin responsabilidad es un peso más para quien sí está, para quien sí se levanta temprano, para quien sí sacrifica, aunque esté cansado.
Y lo más triste no es el dinero, es la indiferencia. Es saber que hay alguien que pudo elegir hacer lo correcto y decidió no hacerlo. Porque un padre ausente no solo falla en lo económico, falla en lo emocional, en el ejemplo y en la conciencia.
Ojalá algún día se entienda que los hijos no se abandonan, que no se ignoran, que no se usan como excusa ni se olvidan cuando conviene. Ser padre no es opcional cuando hay responsabilidades de por medio. Y la vida, tarde o temprano, cobra lo que se deja pendiente.